los quiero ver a ustedes
enroscados en este ciclo
sin fin de materia volcada
sobre materia, cada cual
quieto en su lugar.
la concentración se mantiene
inalterable, ni tan tan,
ni muy muy, como para llegar
a comprender qué tan grave
es lo que pasa. así te quieren,
bajo un embrujo sin saber
de dónde venís y a dónde vas,
cada uno bailando alrededor
de su propio fuego blanco.
uno al que se le vencen
las piernas y cae,
otro que por quedarse ciego
no consigue ayudarlo.
el miedo no avisa, por eso,
hay que estar atento.
un cambio en el curso
del viento puede traerte
el olor a corazón quemado
que emana la piedra negra
de tu pecho. todo es
una condena escondida
en un estado de reposo.
sentirse imperturbable
ante los días venideros
y de pronto, entre palabra
y palabra, detectar
como la temperatura
de la saliva asciende
tímidamente.
el día en que la viuda se enteró
que era viuda olvidó de bañarse
pero hoy que el insomnio vuelve
a encerrar la noche en el hueco
de su mano huesuda,
una correa la tironea del pecho
hasta la ducha, mejor dicho,
hasta que la desesperación es tal
que se zambulle en el ataúd blanco
así vestida, así como está, entra
y apoya su oreja en el agujero frío
del desagüe. inhala hondo,
aire puro, oxígeno sin partículas
ni fragancias que disparen
recuerdos desagradables.
inhala hondo y no exhala,
solo contiene la respiración
para escuchar mejor esa voz que
bien en el fondo de su pena sabe
no llega ni llegará nunca a destino.
se dio cuenta él solo
mientras almorzábamos.
yo no entendía bien qué pasaba,
si estaba midiendo un bichito
que le quería picar el brazo o si algo
más complejo se estaba procesando
entre sus puntos neurálgicos.
cuestión que se le había perdido
el reloj de siempre
y decía tener la muñeca desnuda.
le molestaba mucho lo liviana
que se había vuelto su mano,
cada vez que la movía la sentía
como algo desconocido e impredecible.
hacía tiempo que sus extremidades
temblaban repentinamente
como un organismo vivo que se sacude
para secarse un líquido invisible.
finalmente, la historia terminó
con que este hombre, mi nono,
se quejó unos días más,
y después se olvidó de todo.
de su nombre, del reloj,
de la hora exacta en que también
había perdido la cabeza.