después de recorrer por varios días
ese paisaje que dios olvidó bajar
a la heladera, será tanta la sed
que caerá desplomado en su lugar.
murmurará una oración,
pensará en su familia,
retendrá los rostros de sus hijos
hasta que se le derritan por los ojos.
lo fisiológico vence toda épica
y el esquimal, rendido, se arrodilla
para succionar el hielo duro
hasta dejarlo transparente
o hasta que alguien,
milenios más tarde, lo encuentre
firme y seco, sus labios pegados,
no mucho más.
yo que también he viajado
agazapado en el baúl de mi cabeza
conozco el peso del universo
cuando ingresa por los ojos
y conozco la actividad apocalíptica
de los ojos de pulverizarlo
todo lo que pudo ser mío
pero no y así con todo
lo que pudo ser mío pero no
y así. mucho tiempo creyendo
en la presencia de plata y oro,
un material en bruto que debe ser
dinamitado por un objetivo al que,
todavía difuso, buscás adjudicarle
una forma lógica para justificarte
a vos en cuatro patas, tus manos
rascando tierra húmeda, el pozo
que te aloja hacia arriba crece
y te aleja más del cielo.
los que buscan
inútilmente
tenerlo todo
dirán de los que
nada tienen
que no se puede
no tener nada
porque aunque
nada quede
todavía se tiene
hambre y hasta
al hambre mismo
le sobra una letra
en la boca llena.
el silencio debería ser la música divina
que amortigüe este final
y no esta molestia,
este relieve transparente.
se fueron todos y me dejaron acá,
solo, mirando el interior de mi casa,
las paredes siguen en su lugar,
mis piernas siguen en su lugar,
mis brazos siguen en su lugar
mi cabeza afectada, mi boca seca,
mi cara entera derretida por dentro
pero firme como un frontón
sigue en su lugar para escuchar
todo tipo de lamentos, confesiones,
reír sin sonido y sin querer.
la quiero porque asiente
en el punto justo sin perder el eje
de la conversación.
se fueron todos y me dejaron acá.
solo, ¿ya no quedan más cigarrillos
o es que flotan en mi pecho deshechos
en jabón en polvo y ahora son
del todo míos?,
así tan vacía, con su luz natural,
los pájaros dibujando círculos
en el pulmón de la manzana,
mi casa tiene con qué para ser
el nuevo templo budista de la zona
y no este órgano ahumado, gris, de piedra,
que supo latir durante toda la noche
y acumular las toxinas que mis amigos
en esta solitaria ceremonia
me han obsequiado.
toda sensación de soledad
se vuelve peor al advertir
la tranquilidad del resto
de los pasajeros:
la mayoría duerme
y los que no
desempañan el lado interno
del vidrio
en un extraño saludo
a la nada,
ven la oscuridad del viaje
en alta definición
y se vuelven a dormir.
¿cómo se hace para seguir
sin saber cuánto falta?
el mantra de ronquidos
no me calma, es más,
me desespera;
voy a pararme de mi asiento
como infringiendo
una ley natural,
voy a tambalear entre cuerpos
bajos y estáticos,
voy a correr el telón rojo
que me separa de la cabina
y no voy a contarle nada
a nadie que nadie
está detrás del volante.