Desde que la luna se morfó de una sentada
el plato celeste que todo lo camufla
pasaron
horas,
desvelos,
ronquidos.
Hubo hiatos de motores
y espejismo sobre párpados.
Los escépticos oraron
por un día más de duda.
Los creyentes jugaron al ta-te-ti
con la cruz de una señal que nunca
encaja en el centro del tablero.
Algunos solos, no tan orgullosos de ser rocas,
se erosionaron otro poco con su llanto
en su vigilia silenciosa.
Y las parejas, no más afortunadas,
desfilaron desde el baño, a los besos,
a la cama de dos plazas.
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Dos almohadas soñando dos amantes soñados.
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