el óxido es un mal imposible de quitar
en silencio. limar
la película de pintura blanca mate
que recubre la tapa.
el destornillador tampoco funca.
su punta plana no clava en la raya calva
de los diez tornillos. un cuchillo
bastará para ayudarme
y cucharear los bordes hasta despegarlos.
uno a uno van saliendo, con dolor,
como sino debiesen haber estado
nunca allí y son puestos
en el atado vacío de cigarrillos
para no perderse.
hay pasos previos a la revelación
que de pronto culminan y el taparrollos
por fin cae en brazos y polvillo,
mucho polvillo, antes de que el flashazo
del celular descubra lo que se temía:
que la correa se torsionó,
que se trabó entre el fierro y el cemento,
que si se seguía deshilachando
de un tirón se iba a cortar. polvillo,
mucho polvillo que entra por la nariz,
pega unas vueltas en la montaña rusa
del sistema respiratorio y sale disparado
en un estornudo partido en tres.
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