por la magia de la droga.
algo todavía queda
de la varita
incrustada en el culo de la razón.
quién dejó la puerta entornada
rebota y rebota.
hace frío, ahora calor,
se queja el cuerpo
lo que más molesta
del miedo es que avanza
en puntas de pie.
quietos y luminosos
como santos de yeso
en las paredes de un templo
aterrizamos en el día, raspados
por la noche
los únicos que desde el balcón
ven en este preciso momento
la furia con que el amanecer
va contorneando
a trazo grueso
la carcasa de los edificios.
más allá, atravesando el pulmón,
detrás de una ventana circular,
los ojos de un vecino
me miran fijo,
diminutos, parecen los ojos
de un mosquito,
se me pegan a la médula,
pero no digo nada.
ni él, desde la lejanía,
ni yo, podemos determinar
si lo que reina en mi rostro
es calma o puro terror.
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