viene cayendo
con su discreta armonía
de devorar tragaluces,
heridas, huecos donde clavar
sus dedos húmedos
y mal que pese
lo más ridículo
es extender los brazos
para contener
la inmanente caída
de lo que no queremos
asumir.
a veces
es compacta,
entera, inmutable
y malcriada,
como una niña
castigada en la terraza
de su casa
pasa los días pasa
mordiendo sus cabellos
largos negros lacios
con los dientes
de su peine.
a veces, una penumbra
que aplasta.
y así como cuelga la melaza
de los troncos del bosque
-arrastrando en su columna
lo que la madera rechaza-,
la noche va creciendo
imperceptible,
inflando de nada
la sombra de los hombres,
y las lágrimas
todavía no caen,
solo cuelgan
de sus meñiques
como suicidas
arrepentidos.
la noche sigue hambrienta
y hasta no comerse del todo
nuestras manos, nadie la advierte.
lo que la madera rechaza-,
la noche va creciendo
imperceptible,
inflando de nada
la sombra de los hombres,
y las lágrimas
todavía no caen,
solo cuelgan
de sus meñiques
como suicidas
arrepentidos.
la noche sigue hambrienta
y hasta no comerse del todo
nuestras manos, nadie la advierte.
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