domingo, 7 de mayo de 2017

el noble arte de arrojarse desde el borde del mundo y arrepentirse

ontología de una fábula:

si la sed es un hueco podrido en la garganta,
un espejismo acuoso sobre el asfalto de una ruta a ningún lugar,
o un paladar enfermo

¿qué más da?

beban,
bebamos,
embriaguémonos
con la baba que cuelga de este retrasado dios idiota.

el deleite de los desamparados

colecciones de confesionarios: 


jesús atado con un cinturón en el cuello
al apoya cabezas de una cama victoriana
vestido de cuero
con una manzana en la boca
gimiendo
mientras le vomitan perdón
sobre las heridas.

lo que me hace imaginar
que el cielo no es un deshuesadero
como tienden a enseñarnos,
sino un burdel vip donde san pedro es patovica.

en una escenario así de libertino,
el goce clausura el dolor
y las lágrimas se vuelven espesas y blancas.

y frenético es el movimiento de las caderas,
genuflexiones del sometido

¿y ahora que la tempestad se avecina, qué más queda por desmantelar?

bendita es el agua que gotea de los techos
pero sobre todo,
bendita la virginidad de la matriarca
la hilacha suelta
la carcajada final que dispara el mito.

las lenguas adorando
la humedad de las paredes,
las manchas del pecado,

el agua se escapa
por traqueotomías clandestinas,

la madera se pudre como la vista.

se anega el nido de ratas
sus chillidos guturales me trizan la dentadura

ellas son quienes corean la oda a la miseria
las que serán mártires
y resucitarán al tercer día.

en un acto de desesperación,
convertiré mi manotazo de ahogado
en un cachetazo
a la campanita que dentro de mi boca se mece,

devolveré lo que me fue regalado
que no pedí
que no quiero
que no me pertenece,

contemplarán a un volcán ebulliendo de mis madrigueras

vomitaré las ratas contra las caras atentas de los cuervos,
crucificaré a cada una de ellas por sus colas

rindiéndoles memoria en mis más atroces sueños
donde son ellas quienes roen mis tobillos
y son el jurado de un proceso
en cual no tengo defensa

ni boca
que grite alguna queja,

ni cuello
para cumplir con la muerte, mi condena

contando solo con el torso enfermo, roto, partido
a un lado de una habitación donde no quepo, ni respiro

llorando, quejándome del maloliente crucifijo que está clavado en mi pecho.

es el miedo éste
de tener el corazón despojado del cuerpo,
jadeando con cada respiración

sosteniendo en mis manos las colas extirpadas de nuestras salvadoras
a modo de castigo divino

empapándolas de angustia,
bendiciéndolas

muriéndome de sed.


*escrito con Massi




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