y por desplegarse,
en el anhelo del niño que sopla
la arandela de alambre
después de hundirla en el detergente
o en la vacilación nocturna
en el único país que conozco: mi mente.
la lista crece en paralela
a la cronología: cambiar de bar,
cambiar de amigos,
cambiar el color de la lapicera
con la que escribe esto;
es la lluvia dándole matraca
al techo de polietileno
lo que lo acuna
cuando llora a su manera
y reconoce sus alas mojadas.
de tan pesadas no levantan vuelo.