cuando por fin bajó la marea, después
de otra discusión innecesaria, miraba
de otra discusión innecesaria, miraba
desorientado el cielo raso
de la habitación ajena
y mi deseo fue real: que se desplome
el techo
suave y triste
como un castillo inflable
al final de una fiesta o que un pañuelo
con cloroformo caiga
contra mi cara
como una gota
cae al centro
de otra,
y de otra y de otra
que sobre lo que queda de la anterior,
en círculos
se expande, en círculos, se expande,
en círculos.
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