de andar dejando arrugas
como si fueran las últimas
pinceladas de otra de sus esculturas,
eso de ser virus invisible, indivisible
para un par de agujas frustradas,
y más atrás giramos nosotros
como caballitos soldados
a una calesita, buscando
vaya a saber uno qué
en una sortija que se
escabulle siempre
de la vista, como barcos
mareados y sin mapa que al mar
abierto arriban y encallados quedan,
y vibran y adelante y hacia atrás
y en cámara lenta, los talones
amarrados, sujetados
boca abajo al nacer
llegamos para
ser
otro premio para el partero.
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